Capitulo 130

La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas blancas del dormitorio, proyectando un resplandor suave sobre las paredes recién pintadas. Ana Lucía abrió los ojos lentamente, sin la prisa de otros días, pero con esa sensación incómoda en el pecho que deja la soledad cuando todavía no se ha aprendido a convivir con ella.

El apartamento estaba en silencio. Demasiado. Se incorporó en la cama, y el eco leve de sus propios movimientos le recordó que ya no estaba en la casa de su abuela, donde siempre había una voz, un ruido de ollas, o el canto de un pájaro colándose desde el patio. Y menos en la mansión.

Llevó una mano a la frente y respiró hondo. El mareo suave que había sentido el día anterior todavía estaba ahí, como una corriente subterránea que amenazaba con subir a la superficie en cualquier momento.

Se levantó despacio, arrastrando las pantuflas por el suelo de madera que crujía suavemente bajo sus pies. Bajó a la cocina —o, mejor dicho, caminó hacia ella, porque aún no h
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