Capitulo 129

El taxi avanzaba despacio, traqueteando sobre las calles estrechas del barrio. Desde la parte trasera, Ana Lucía miraba por la rendija de la lona cómo las fachadas pasaban una tras otra, como si fueran las páginas de un libro que había leído toda su vida y que ahora estaba cerrando para siempre.

El olor a cartón y cinta adhesiva se mezclaba con el perfume tenue de su propio cabello, aún húmedo por el sudor del día. Cada curva que daba el vehículo hacía que las cajas se movieran levemente, golpeándose entre sí, como si sus cosas también protestaran por el cambio.

Llegaron al nuevo apartamento casi al atardecer. El cielo estaba pintado de tonos naranjas y rosados, y una brisa fresca empezaba a recorrer las calles. El edificio era más alto que cualquier construcción de su antiguo barrio, con paredes color crema y ventanales amplios.

El portero, un hombre de mediana edad con bigote y voz ronca, le indicó dónde estacionar.

—Bienvenida —dijo, ofreciéndole una sonrisa breve mientras ayudaba
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