La luz dorada del amanecer se filtraba tímidamente por las cortinas de lino color crema, dibujando líneas cálidas sobre las paredes. Afuera, los pájaros cantaban con insistencia, como si quisieran despertar a todo ser viviente. El aroma suave del café recién hecho llegaba desde la cocina, mezclándose con el olor fresco de las sábanas recién lavadas. Ana Lucía, todavía con el cabello un poco revuelto, sonrió levemente mientras se estiraba y pensaba en lo que tenía que hacer antes de salir hacia la universidad.
Se levantó en silencio, con pasos suaves para no despertar a nadie más, y caminó por el pasillo de la mansión hasta la habitación de Emma. La puerta, pintada de un blanco delicado, estaba entreabierta. Empujó suavemente y asomó la cabeza.
Entró con una sonrisa y acaricio su cabello, sintió tristeza de ver sus ojos hinchados y se culpó, su pequeña niña llevaba días sin vivir como un animal libre, feliz. Ya no dormía sus siestas, no hacían galletas y Rey, sentía su ausencia cada dí