Capítulo 145

El apartamento de Maximiliano, el silencio era pesado, casi insoportable, roto apenas por los gemidos febriles de Emma. El hombre, con la camisa pegada al cuerpo por la humedad y el corazón estrangulado de miedo, acariciaba con torpeza el cabello enmarañado de su hija.

Ella no abría los ojos. Solo murmuraba un nombre entrecortado, repetido una y otra vez, como un faro en medio de la fiebre.

—Ana Lucía… Ana Lucía…

Maximiliano cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo la desesperación le mordía las entrañas. Ya no había duda: la niña la necesitaba. Era un llamado que él no podía ignorar. Con manos temblorosas tomó el teléfono. Dudó apenas un segundo antes de marcar, temiendo que su voz se rompiera cuando ella respondiera.

El tono sonó dos veces.

—¿Hola? —la voz adormecida de Ana Lucía resonó al otro lado, frágil y lejana.

Maximiliano tragó saliva, apretando los ojos.

—Ana Lucía… —su voz sonó ronca, cargada de urgencia—. Tienes que venir. Emma está muy mal, tiene fiebre altísima… y no de
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