Los días se acumularon como hojas mojadas. Maximiliano continuaba recibiendo informes que no lograban convencer al juez, y su frustración crecía. A menudo se encerraba en su despacho, revisando documentos hasta la madrugada. Y eso ponía a Ana Lucía en una situación complicada, no solo debía estar al pendiente de Emma y también de Maximiliano.
Ana Lucía entró en silencio y lo encontró con la cabeza entre las manos. Los papeles estaban desparramados sobre el escritorio, manchados de café frío.
—Max… —dijo ella suavemente.
Él levantó la mirada, y en sus ojos había una mezcla de cansancio y rabia.
—No puedo más. Cada vez que creo que tengo algo sólido, se desmorona. El juez no se conmueve con palabras, quiere hechos. Y Emma calla porque tiene miedo. Falta poco para la audiencia y estoy seguro, Catalina va a pelear solo para molestarme.
Ana Lucía se acercó, rodeándolo con sus brazos desde atrás.
—No estás solo. Emma te necesita fuerte, y yo también.
Él tomó su mano y la besó con un gesto