La tarde se cerraba sobre la ciudad con un cielo pesado, cubierto de nubes plomizas que anunciaban tormenta. El aire cargado de humedad se filtraba por las ventanas abiertas de la mansión Santillana, trayendo consigo el murmullo lejano de un trueno.
Catalina caminaba de un lado para otro, su mente maquinando como hacer para lograr quitarle la custodia de Emma, ella no tenía idea de que ya estaba perdiendo, que sus planes macabros ya no funcionaban del todo. Estaba en su habitación, como dueña y señora que se creía de la mansión, rodeada de perfumes y joyas, esa la era la vida que ella quería, y a costa de todo, lo quería obtener.
Unos toques en la puerta la despertaron de su sueño más soñado.
—¿Qué quieres? —Gritó con molestia.
—Le llegó un sobre, señora...
Catalina abrió la puerta y cuando la sirvienta le entregó un sobre con sello judicial. Lo abrió con desdén, pensando que sería otra notificación rutinaria. Pero al leer las primeras líneas, su rostro se endureció.
“Citación oficial