Capitulo 144

La noche había llegado y la mansión Santillana estaba sumida en un silencio extraño aquella noche. Afuera, el cielo se había cerrado con nubes pesadas, y el aire húmedo cargaba un olor metálico, como si en cualquier momento fuera a estallar una tormenta. Dentro, el eco de los pasos se perdía en los pasillos largos y fríos, pero en una de las habitaciones, el ambiente era muy distinto.

Emma yacía en su cama, la frente perlada de sudor, los labios resecos y agrietados, los ojos cerrados pero inquietos, moviéndose de un lado a otro entre murmullos febriles. Su respiración era irregular, entrecortada, y cada tanto su cuerpecito se estremecía con escalofríos. El cuarto, a pesar de estar bien decorado, parecía opresivo, como si la fiebre hubiese impregnado el aire.

Catalina se encontraba sentada a los pies de la cama, con el ceño fruncido y las manos crispadas sobre el regazo. No era preocupación lo que la dominaba, sino molestia. La fiebre había sido repentina, inesperada, y lo que más la
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