Nicolás despertó en una fría habitación, sus manos todavía atadas. La iluminación apenas iluminaba el lugar, suficiente solo para revelar las grietas en las paredes y el polvo acumulado en el suelo. Sentía la garganta seca y la presión de las cuerdas alrededor de sus muñecas, que habían cortado la circulación de sus manos. Al observar alrededor, se dio cuenta de que aquel lugar no era desconocido. Era una vieja bodega donde, años atrás, había cerrado varios tratos importantes. Pero ahora, estaba atrapado en su propio pasado, en un juego peligroso que lo desafiaba a cada instante.
—Veo que ya estás despierto, Valverde —una voz grave y desconocida rompió el silencio.
Alzó la vista, intentando enfocar la silueta en la penumbra que lo observaba con una expresión de satisfacción. El hombre, de cabello oscuro y un rostro marcado por cicatrices, llevaba una chaqueta de cuero desgastada. Detrás de él, otros dos hombres, tan imponentes como el primero, permanecían inmóviles, como sombras a su