El día comenzaba a amanecer cuando Nicolás y Ricardo abandonaron la bodega donde habían dejado a Mendoza. Con cada paso que daban, Nicolás sentía la determinación encenderse en él. La traición que acababa de descubrir dejaba al descubierto una red de mentiras que había permanecido oculta por años. Alguien, alguien que consideraba cercano, había orquestado cada uno de los movimientos que lo habían conducido hasta ese punto.
Ricardo lo miró mientras caminaban de regreso al vehículo.
—¿Y ahora qué sigue, jefe? —preguntó con voz grave—. Tenemos la información de Mendoza, pero... no hay manera de saber qué tan lejos llega esto.
Nicolás se detuvo y observó el amanecer, sus ojos oscuros reflejando la tenue luz. El cansancio en su rostro parecía disiparse, reemplazado por una intensidad que Ricardo no había visto en él en mucho tiempo.
—Ahora seguimos el rastro —respondió Nicolás, su voz cargada de firmeza—. Si Mendoza dijo la verdad, entonces esta persona tiene más aliados de los que imaginá