Mundo ficciónIniciar sesiónBruno
Estaba en la mansión. Cerré la puerta de mi coche con un golpe seco. La mansión se alzaba frente a mí, oscura y silenciosa, excepto por las luces tenues que delineaban sus contornos. Mis pasos resonaron en el suelo de piedra mientras avanzaba por el camino hacia la entrada principal. La noche estaba cargada, como si la electricidad en el aire presagiara algo que estaba a punto de explotar. No había planeado traerla aquí. Pero desde que la vi esa primera vez, algo en mí se había encendido. Esos malditos ojos azul puro. Intensos, brillantes, como si pudieran atravesar cada capa de mi alma. No importaba lo que hiciera, no podía quitármela de la cabeza. Y eso me enfurecía. Ella era una distracción. Algo que no necesitaba, algo que no debería querer. Pero cuanto más luchaba contra ello, más fuerte se hacía esa necesidad. Entré al vestíbulo, y mi mirada recorrió el lugar instintivamente, buscando cualquier señal de ella. Había ordenado que la trajeran aquí por seguridad, o al menos, eso me había dicho a mí mismo. —¿Dónde está? —pregunté, mi voz baja, pero cargada de autoridad, dirigiéndome a Marco, que estaba esperando junto a la escalera. —En su habitación, señor. Asentí sin decir nada más y comencé a subir las escaleras. A medida que me acercaba al segundo piso, una sensación de anticipación comenzó a crecer en mi interior. No era solo la idea de verla; era el control que sabía que tendría. Control sobre ella. Sobre la situación. Sobre mí mismo. Cuando llegué al pasillo, me detuve frente a la puerta entreabierta. La luz del interior proyectaba una sombra en el suelo, y pude escuchar el leve crujido de alguien moviéndose dentro. Mi mano se cerró en el marco de la puerta antes de empujarla con suavidad. Ahí estaba. De espaldas a mí, junto a la ventana, con los brazos cruzados. El brillo plateado de la luna la iluminaba. Mi mirada se deslizó por su cuerpo, notando cómo su pecho subía y bajaba, como si estuviera tratando de controlar su respiración. «Ella sabía que estaba aquí». Lo sentía. —¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó de repente, sin volverse, su voz firme, aunque con un leve temblor que no pasó desapercibido para mí. Cerré la puerta tras de mí, lenta, deliberadamente. —Porque puedo. Ella finalmente se giró, y nuestros ojos se encontraron. Ahí estaba de nuevo esos malditos ojos que tenían un poder que no encontraba lógica, ese brillo en su mirada que me había atrapado desde el principio. Estaba impactada de verme. Ella pareció confundida al ver quién era, como si esperara a cualquiera menos a mí. Había una mezcla de miedo y curiosidad en su dulce cara. —¿Qué he hecho? —titubeó. Su mirada era firme, pero su voz vacilaba ligeramente. Di un paso hacia ella, y luego otro, cerrando la distancia entre nosotros. Quedé tan cerca que se vio obligada a levantar la cabeza. Podía ver cómo su respiración se aceleraba, cómo su cuerpo parecía temblar ligeramente, aunque trataba de mantenerse firme. —Llevar esa maldita falda, mirarme de esa forma, provocarme —Mi voz era baja, casi un gruñido. Ella retrocedió un paso, chocando con el marco de la ventana, y levantó la barbilla, intentando mantener su terreno. —¿Qué quieres decir? —Sabes lo que quiero decir. Ella pasó saliva, me encantaba mucho, y mi polla ya estaba despierta dentro de mi pantalón. Mi intención era clara: no quería que saliera herida en el Casino, fue un impulso que no pude frenar, pero, teniéndola aquí así frente a mí, las ganas de tocarla se hicieron primitivas. —Vas a… —Follarte —terminé la frase que posiblemente ella no iba a decir. La palabra salió de mis labios como una sentencia, y el temblor que recorrió su cuerpo fue inconfundible. Pero no se apartó. No protestó. Sus labios se entreabrieron, y la respiración que escapó de ellos fue un suave jadeo que me hizo perder cualquier rastro de autocontrol que pudiera haber tenido. Di el último paso que nos separaba, quedando tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Mi mano se levantó, y mis dedos rozaron su mandíbula, subiendo lentamente hasta enredarse en su cabello. Tiré suavemente, inclinando su cabeza hacia atrás para que me mirara directamente a los ojos. Rocé mi boca con la suya sintiendo la suavidad de sus labios, y mordí le inferior con rudeza. Ella soltó un quejido e intentó dar un paso atrás. No se lo permití. No era resistencia era sorpresa. Era mejor de lo que había imaginado. Su dulzura me impregnaba de una forma sofocante. Busqué su mirada deseando deleitarme con la hermosura de sus rasgos. Ella se quedó quieta, no sabía si era deseo o miedo. Pero lo que sea la tenía temblando con una respiración dislocada que me hacía pensar que podría desmayarse en cualquier momento. «¿Qué estaba haciendo?». Me estaba aprovechando de ella, de su dulzura, de mi poder, del saber que la tenía en mis manos y que podría hacer lo que quisiera. Y lo que quería era quitarme las ganas enfermizas que le traía. Escuchaba el tamborileo de su corazón. —Yo no he… —susurró a penas. La callé con un beso. Uno que me excitó muchísimo cuando lo correspondió. Mi otra mano se deslizó por su cintura, buscando más de ella, como si fuera una necesidad. Bajé mi mano subiendo su falda, y juguetee con la tela de su ropa interior. Profundicé el beso, hasta que las yemas de mis dedos rozaron la parte delantera de su sexo. Se apoderó un impulso primitivo que me hizo gruñir contra su boca cuando mis dedos resbalaron sobre algo baboso. Temblaba muchísimo. El calor que emanaba de ella era inconfundible. Estaba mojada, y el solo hecho de saberlo hizo que mi polla se hinchara a reventar, estaba excitada, la había hecho mojar las bragas, me deseaba. Nos faltaba el aire y se alejó queriendo respirar. —Estás empapada... —gruñí ronco, mis ojos fijos en los suyos, observando cada una de sus reacciones. Sus caderas se movieron involuntariamente hacia mi mano, buscando más fricción, me volví loco y desesperado. Lo perdí, perdí el poco control que me quedaba. Mi boca volvió sobre la suya antes de que pudiera procesar lo que estaba haciendo. Fue un beso duro, exigente, cargado de todo lo que había estado reprimiendo. Ella se tensó por un instante, pero luego, siguió el beso, le costaba seguir mi ritmo, yo estaba demasiado hambriento casi desesperado. Esto estaba mal, era una cría. Una chiquilla insolente que no tenía que estar en mi cama, no tenía que estar dejándose arrastrar por mi descaro. «Pero lo hacía». Mis labios descendieron por su cuello, su clavícula, hasta que finalmente alcancé el borde de su camisa. La estaba manoseando de una forma que era intoxicante, perversa y peligrosa. Necesitaba follarla, duro, sacarme las ganas y luego, luego veríamos si había espacio para algo más ligero. La levanté y lancé a la cama. Sus piernas quedaron semiabiertas con las rodillas flexionadas y los codos apoyados en el colchón. Era demasiado bonita, lucía demasiado dulce para toda la perversión que cargaba encima. Eché fuera mi camisa. Deshice la hebilla de mi pantalón y dejé salir mi polla. La miró, por un breve momento y sus ojos por primera vez parecieron oscurecerse. Su mirada pasaba de mi polla a mi cara, varias veces como si intentara pedir piedad o algo así. Toda ella temblaba. Me incliné sobre ella, hundiendo mis rodillas en la cama. Sus ojos se habían quedado clavados en mi polla como si no pudiera apartarlos y con cierta desesperación, hizo el intento de retroceder con los codos. No se lo permití. Sujeté su tobillo con firmeza, hasta que estuve sobre ella. Leía una mezcla de deseo y miedo. Atrapé sus manos y la sometí por encima de su pelo. Y con la otra, le arranqué la falda, el panti y todo lo que me impedía disfrutar de lo que había entre sus piernas. Ella cerró los ojos dejando que la desvistiera a mí antojo. Tomé una de sus manos y la llevé a que tocara lo que la iba a empalar, lo que la hizo mirarme de lleno. Una mirada maliciosa se acentuó ante su cara. Cómo si tuviera miedo comenzó a deslizar sus dedos masturbándome con ligereza. Yo estaba demasiado hambriento para ser delicado. «No lo era en absoluto». Deslicé mis dedos por el centro de su coño, húmedo, caliente… y sabroso. Bajé la vista. Ella tenía las piernas abiertas para mí, «sola las había abierto», a mí completa disposición, a mí total voluntad. Me incliné acomodándome entre ellas y acerqué mi nariz oliendo el brillo de su sexo. Le di un lametazo, su cuerpo respondió de inmediato, su espalda arqueándose. Y comencé a disfrutarla, sus dedos no tardaron en enredarse en mi cabello mientras un gemido profundo escapaba de sus labios, eran ahogados, desesperados. Mi excitación estaba en un punto demasiado alto. Me acomodé entre sus piernas buscando besar su boca, ella probó de sus jugos que estaban en mis labios. Sus manos se deslizaron tocándome como si ella necesitara esto tanto como yo. Necesitaba sexo duro y salvaje, y mi boca lo anunció cuando se paseó hambreada por su cuello. Con un movimiento firme y deliberado, la marqué, intentando hundirme en ella mientras un gemido profundo escapaba de ambos. —Duele… —se quejó sofocada, demasiada tensa. Hice un nuevo intento. Pero no entré. Sus uñas se encarnaron en mis hombros. «Mierda». La miré. Tenía los ojos cerrados con fuerza y la respiración dislocada. Medio me incorporé y miré su centro, estaba empapada pero también había un hilo rojo entre eso. Era lo que estaba pensando, ella… tenía su capullo intacto. Sentí un extraño tamborileo en mi pecho. En vez de sentir culpa por la forma en la que se lo estaba arrebatando, se despertó un fuego primitivo mas ardiente. Mi polla se erguía más dura casi dolorosa, mi instinto más animal se había despertado, y deseaba ser saciado. Bajé una mano entre el medio de los dos y comencé a estimularla, busqué sus labios y repartí besos húmedos sobre su cuello, sus hombros y senos, para relajarla. Cruzó sus manos aferrándose a mi cuello. —Ya está… —susurré, aquello salió de mi boca sin saber por qué. Ella asintió como si me entendiera sin mirarme y ojos cerrados. La seguí besando, su cuerpo fue cediendo a la tensión y yo pude comenzar a entrar, con pequeños empujones. No me soltaba y sus gemidos se alzaban a cada tanto, hasta que la llené por completo. A pesar de lo empapada que estaba me costó entrar. «Y se sintió jodidamente placentero». Las embestidas fueron subiendo de rudeza y profundidad, hasta que la sentí cómoda, ella se movió bajo mi cuerpo, en ondas suaves buscando placer. Sentía la puta gloria. Después de varias sacudidas. Me incorporé un poco para hacer lo que quería, saciarme como lo necesitaba. No quería perder el tiempo, estaba urgido por follarla. Follarla de verdad, estaba mas excitado de lo que esperaba. Me excitaba la situación, me excitaba la mujer que tenia en mis manos, me excitaba su rostro su dulzura, su pureza. La estaba haciendo mía. Era mía. La volví a sacar toda y la volví a reclamar por completo. Volví a repetirlo un par de veces haciéndola brincar por mis movimientos, sus dedos buscaban aferrarse a algo y terminaron en puños sobre las sábanas. Sus ojos cerrados cohibiéndome de su belleza. Sin dejar de moverme, apoyé una mano al lado de su cabeza inclinándome sobre ella. Y con la otra le sujeté el mentón, pero no conseguí lo que buscaba así que lo pedí: —Mírame. Me complació, envolviéndome abruptamente en el hechizo compacto de su mirada. Que jodida belleza tenía en frente. Sus labios estaban entre abiertos dejando escapar sutiles gemidos. Su boca era preciosa. —¿Te gusta? —Sí… «Esa boca». Me incliné para saciar mis labios. Y ella se volvió aferrar a mí cuello, con gemidos ahogados. Mientras la embestía su cintura iba marcando movimientos lentos, sentí su danza bajo mi cuerpo. «Maravillosa». El sonido húmedo de mis empaladas la hizo empaparse mas, aumenté el ritmo, asfixiado por tanto, y ella se agitó con una urgencia estremecedora e intensificó el baile de sus caderas como si estuviera necesitada de aquello. Pasé la lengua por su oído, jadeando guarradas que quería hacerle después de esta follada. Gemía alto. Aquello pareció encenderla. Mas tarde yo haría que esa boquita se atragantara con otra cosa. Empecé a jugar con el ritmo-fuerza. Hundiéndome como me gustaba, con un ritmo caótico y deliberado. —Que rico… si… —gimió ahogada, jadeando entre mi boca—. Mas…. Dame mas. Aquello sonó como una maldita orden. A la cual obedecí.






