Bruno
Estaba en la mansión. Cerré la puerta de mi coche con un golpe seco. La mansión se alzaba frente a mí, oscura y silenciosa, excepto por las luces tenues que delineaban sus contornos. Mis pasos resonaron en el suelo de piedra mientras avanzaba por el camino hacia la entrada principal. La noche estaba cargada, como si la electricidad en el aire presagiara algo que estaba a punto de explotar.
No había planeado traerla aquí. Pero desde que la vi esa primera vez, algo en mí se había encendido. Esos malditos ojos azul puro. Intensos, brillantes, como si pudieran atravesar cada capa de mi alma. No importaba lo que hiciera, no podía quitármela de la cabeza. Y eso me enfurecía.
Ella era una distracción. Algo que no necesitaba, algo que no debería querer. Pero cuanto más luchaba contra ello, más fuerte se hacía esa necesidad.
Entré al vestíbulo, y mi mirada recorrió el lugar instintivamente, buscando cualquier señal de ella. Había ordenado que la trajeran aquí por seguridad, o al menos, e