Cindy
La atmósfera cambió en un instante. Gabriel pareció notarlo también, porque se tensó y retrocedió.
—Nos vemos luego, Cindy —murmuró, desapareciendo antes de que pudiera responder.
No tuve tiempo de decir nada. Bruno avanzó hacia mí con pasos firmes, sus ojos ardían con una mezcla de furia contenida y algo más primitivo que me erizó la piel. Me tomó de la muñeca con firmeza y me guió sin miramientos hacia una de las salidas laterales.
No hablé, no podía.
Caminamos en silencio hasta que estuvimos lo suficientemente lejos, junto a un coche negro estacionado en una esquina discreta. Allí se detuvo y, sin soltar mi muñeca, me puso contra el vehículo.
El frío del metal contrastó con el calor que irradiaba su cuerpo. Sus ojos se clavaron en los míos, y por un momento, pensé que iba a gritarme. Pero…
—¿Te diviertes? —espetó con dureza—. ¿Te gusta que cualquiera te toque?
—¿De qué hablas?
—De las fotos, Cindy. Las que me enviaron. Tú, en el bar, dejándote manosear como…
—¡No! —lo interr