Mundo de ficçãoIniciar sessãoBruno
Joder. Esta mujer me tiene enfermo y lo sabe. Cindy se mueve con lentitud, disfrutando de su pequeño juego. Rodea la silla en la que estoy sentado, sus dedos deslizándose sobre el respaldo mientras me observa con esa mirada que me quema. Yo solo la sigo con la vista, inmóvil, dejando que crea que tiene el control. —Dime, Bruno… —su voz es suave, sensual—. ¿Cuál ha sido tu crimen más grande? Apoyo la espalda contra la silla, relajado, con una media sonrisa que no llega a suavizar mi expresión. —Tenerte aquí y no haberte follado aún. Ella se detiene, me lanza una mirada de advertencia, pero la forma en que se muerde el labio me dice que le ha gustado mi respuesta. —Eso no es un crimen. —No para la ley. Para mí sí. Cindy se inclina, apoya las manos en mis muslos y me observa, con esos jodidos ojos que me ponen ansioso, su mirada es lujuriosa y la mía depravada. Sus labios están cerca de los míos, lo suficiente para tentarme. —Vaya, señor Delacroix, parece que está cooperando. Su mano sube por mi muslo, sigo el recorrido cuando se detiene en la hebilla de mi pantalón y lo abre. Mi polla sale casi disparada y ella se arrodilla en el centro, y la sujeta apenas, observando como no puede cerrar por completo su mano. Da una pequeña chupada, hundiendo los labios alrededor de la punta, sin dejar de mirarme. Dejando que mi fluido se deshaga en su boca. Cierra los ojos un instante, disfrutando. Un par de gotas resbalan por su dedo, y antes de tomar otra lamida, las recoge con la punta de la lengua, limpiándose la comisura de sus labios con un dedo, lentamente. Inclino la cabeza hacia atrás, dejando que un soplido lento de placer escape de mis labios. Ella marca el ritmo, trata de metérselo todo, lo hace bien, demasiado bien, tanto que frunzo el ceño, preguntándome si lo ha practicado antes. Tengo ganas de follarle la boca cuando su calor me excita demasiado. Cruzo las manos pasándola por encima de su cabeza para poder sujetarla al tiempo que hago presión con mi pelvis hacia arriba consiguiendo que le entre casi toda. La sensación la sacude. Deja la boca abierta permitiendo que la meta y la saque un par de veces, una presión firme y ansiosa. Se desata y se aparta casi con violencia, en busca de aire. Respira, me mira, y vuelve a engullirla toda. Repito la maniobra hasta que encontramos un punto exacto de mi excitación por unos minutos haciendo que termine en su boca. La escena me prende muchísimo y mi polla, aún no se ha saciado por completo. Se incorpora. Parece una experta en tacones altos. La sigo con la vista cuando se inclina sacando una botella abierta de no sé dónde, y por las gotas se ve que está fría, es champán. Mi favorito… Las esposas de metal muerden mi piel. No demasiado fuerte, pero lo suficiente para recordarme que, por primera vez en mi vida, estoy atado. Y todo por ella. Cindy se sienta a horcajadas sobre mí, con esa maldita sonrisa de travesura pintada en los labios. Sabe exactamente lo que está haciendo. Sabe que me tiene donde quiere. Lo disfruta. Joder, y yo también. Su cuerpo está pegado al mío, cálido, suave, tentador. La puedo sentir, y lo sabe. No tiene bragas y el calor de su coño me roza la polla resbalando suavemente. Apoya las manos en mi pecho con lentitud, rozándome apenas, un juego que debería desesperarme, pero solo logra encenderme más. Entonces, levanta la botella que sostiene y la inclina sobre sí misma. El líquido frío cae entre sus pechos, resbalando en un camino brillante por su piel. Cindy deja escapar un pequeño jadeo al sentirlo, y mi mandíbula se tensa al instante. —Joder… —gruño, sin apartar los ojos de ella. No me da tiempo de reaccionar. Desliza un dedo por el sendero húmedo, lento, provocador, y luego lleva la punta a su boca, lamiéndolo con descaro. Sus labios se cierran alrededor de su propio dedo, y algo en mí se rompe. Tiro de las esposas con más fuerza de la que debería. El metal cruje, pero no cede. —Me está torturando oficial… —mi voz es baja, ronca, amenazante. Ella se inclina más, hasta que su aliento cálido roza mis labios. —¿Y qué vas a hacer al respecto…? —susurra, con esa maldita inocencia falsa que me vuelve loco. Mis manos quieren liberarse. Tiro de las esposas de nuevo, sintiendo el metal morderme la piel. No me importa. Estoy demasiado enfocado en Cindy, en su cuerpo cálido y en la forma en que se mueve sobre mí, ondeando y frotándose contra mi polla, lenta, provocadora. Me está tentando a propósito. Quiere verme perder el control. Y lo peor de todo… Es que le encanta. No sabe en lo que se está metiendo. —Cindy… —gruño su nombre, una advertencia. Ella sonríe, con esos ojos de hielo que brillan con malicia. Se inclina más, sus labios rozan mi mandíbula, mi cuello. Su lengua apenas me toca y mi paciencia se agota. Mi respiración se agita y ella sonríe apenas.. —¿Estás rogando? —ríe suavemente, pasando las manos por mis hombros, descendiendo por mi pecho. Me abre la camisa y la desliza hasta donde las esposas lo permiten. La muy jodida. Me tiene al límite. Mi instinto es tomarla, sujetarla, follarla, pero las malditas esposas me lo impiden. Cindy sabe exactamente lo que está haciendo. Vuelve a tomar la botella y deja caer más líquido, esta vez directo sobre mi piel. El alcohol desciende por mi pecho, frío contra el calor de mi cuerpo. Ella lo sigue con la lengua, lamiendo el camino que deja, su aliento cálido contrastando con la frescura del líquido. Mi respiración se vuelve más pesada. —Joder, Cindy… —mi polla está muy dura. Ella levanta la vista, sus labios brillantes, su expresión satisfecha. Le encanta verme así, atado, obligado a soportar su tortura. Pero está olvidando algo muy importante. Yo siempre recupero el control. Me inclino apenas hacia adelante, mi boca junto a su oído. —Suelta mis manos —ordeno, bajo y peligroso. Ella se aparta un poco, con una ceja arqueada. —¿Y si no quiero? Sonrío. Un gesto oscuro, casi cruel. —Entonces, más te vale disfrutar esto, porque en cuanto me suelte… No termino la frase. Me muerde el labio, y veo ese brillo de anticipación en sus ojos. Sabe que la estoy desafiando. Sabe que si me da el control, no habrá escapatoria. Vuelve a morderme el labio, como si estuviera decidiendo si soltarme o no. Pero no necesito que lo haga. —Súbete en mi polla —le pido desesperado por su bailecito que va y viene a cada tanto. Obedece. Sin quitar la mirada traviesa. Se levanta para volver a sentarse está vez embistiéndose ella sola. Suelto un jadeo de placer, un gruñido satisfecho. Ella me rodea el cuello con los brazos y me besa. Pero no es un beso dulce ni lento. Es salvaje, intenso, desesperado. Su lengua se encuentra con la mía, sus uñas se clavan en mi nuca. Levanté los brazos para dejarla en el centro de ellos abrazada entre la prisión de las esposas. Su baile de adelante hacia atrás con sus caderas me vuelve frenético. Se le escapa la botella y cae en algún lado. Se mueve más fuerte, y yo la embisto hacia arriba haciendo su cuerpo brincar a momentos, la posición no es totalmente cómoda, pero si muy placentera. La sacudo hacia arriba embistiéndola con rudeza, haciéndola gemir aferrada a mí. Su respiración se vuelve sofocante. —Bruno… —gime ahogada de placer. El pelo se le pega a la piel y no es por la humedad de este, sino porque está sudando. Siento el líquido salado también en mi cuerpo. —Toda tu y ese culo caliente son míos para aporrearlo con mi polla hasta la saciedad —gruño prendido. Ella está agitada. Parece que no puede hablar y le cuesta respirar. Pero no sé para, sus gemidos son altos y extasiados sin limites sin cohibirse, y eso me prende al punto que la lleno. Lo dejo salir todo, llenando su sexo con mi semen y… La intensidad se muestra cuando ella se agita casi ahogada dejándome saber qué también ha conseguido llegar y casi se desploma sobre mi dejando caer sus brazos al costado inerte. Trata de respirar. Yo también. Cuando se separa, jadeando, su frente choca con la mía. —Feliz cumpleaños, Bruno. Me congelo. No lo esperaba. Traigo a memoria el día que es, y por más que lo he sabido de forma mecánica en todo el día, es recién que caigo en cuenta, ni siquiera recordaba que hoy era mi jodido cumpleaños. La miro a los ojos, sin decir nada. Ella sonríe. —No te gustan las citas, pero sé que esto sí —recuesta la frente contra mi pecho. No respondo. Solo la observo, como si intentara descifrar cómo diablos lo sabe. —Me enteré por ahí… —susurra, creo que ha notado mi sorpresa. Mi mandíbula se tensa. —No celebro mi cumpleaños. —Ya lo sé. Silencio. Su dedo recorre el borde de mi mandíbula, trazando el contorno de mi rostro con una caricia ligera. —Pero eso no significa que no me importe. Sus palabras me golpean más fuerte de lo que deberían. Me obligo a no reaccionar, a mantenerme firme, como siempre. Sonríe y se aparta de mí, deslizándose de mi regazo. Da unos pasos hacia la cama, toma una llave que por la oscuridad no había distinguido y se acerca abrir las esposas. Me froté las muñecas sin dejar de mirarla. Cuando hace el intento de ir a devolverlas la sujeto. Se sorprende cuando la levanto y la lanzo a la cama. Pero yo no tengo prisa. —Me ha gustado el regalo —digo—. Pero ahora es mi turno. Se le oscurecen los ojos y me inclino sobre ella, tomando el total control. Quiero que suplique. Quiero que se retuerza de placer. Quiero que entienda, una vez más, que le pertenezco tanto como ella me pertenece a mí. Ella es jodidamente mía. Y si quiere darme un regalo de cumpleaños lo va hacer bien, porque voy hacer que de esta noche salga con un hijo mío.






