92. Ecos de una ausencia
La cabaña estaba en silencio.
La manta aún conservaba el calor de la noche anterior, pero el otro lado de la cama estaba frío. Kiara despertó sin necesidad de abrir los ojos para saber que Raven ya no estaba. Lo supo por la quietud en el aire, por la forma en que el viento se colaba por la ventana sin interrupciones. Lo supo porque su cuerpo ya sentía la ausencia antes que su mente la aceptara.
Se sentó despacio. El amanecer apenas iluminaba el interior de la cabaña. La camisa de Raven seguía colgada en el respaldo de una silla, con las mangas a medio doblar. Había una taza sobre la mesa, vacía, pero con un anillo de humedad como recuerdo. No había dejado una nota. Tampoco una palabra. Solo se había ido.
Kiara no lloró. No todavía.
Salió al exterior con pasos suaves, descalza. El frío de la tierra le mordía la planta de los pies, pero no le importó. Cruzó el pequeño sendero que llevaba a la plaza central, donde algunos niños jugaban como si el mundo no hubiera cambiado. Al verlos, una