110. Bajo la Sombra del Roble
Diez años después, Umbra Noctis no era la misma.
Aunque los árboles seguían igual de altos y las colinas aún guardaban secretos bajo su niebla perpetua, algo profundo había cambiado. El caos había dejado espacio a la reconstrucción, y con ella, a la esperanza.
En el corazón del territorio del clan, donde alguna vez solo se oían aullidos de guerra, ahora resonaban risas infantiles y voces jóvenes practicando gritos de combate. La antigua zona de entrenamiento —antes sombría y fría como una herida abierta— había sido reconstruida por manos firmes y voluntades decididas.
Ahora, era el Santuario del Roble, una explanada protegida por un gigantesco árbol centenario. Allí, cada semana, los cachorros y adolescentes de la nueva generación se entrenaban bajo la guía de dos figuras imponentes y conocidas por todos:
Rylan y Lía.
Él, más maduro, con el cabello recogido y los ojos afilados por la experiencia, había dejado atrás la impulsividad que lo caracterizaba. Su voz ya no era un trueno, sino