93. Donde nace lo nuestro

La mañana llegó sin urgencias.

El sol aún no se asomaba por completo, pero el cielo ya comenzaba a teñirse de azul claro, con rastros rosados que se estiraban entre las montañas. En el interior de la cabaña, el calor del cuerpo de Kiara aún se sentía bajo las mantas. Raven abrió los ojos y, por un momento, se permitió quedarse ahí, mirándola.

Ella dormía de lado, con el cabello cubriéndole parte del rostro y una mano extendida hacia él, como si su cuerpo supiera que ya no tenía que dormir sola.

Raven no se movió. Solo la observó.

Era diferente.

Estar con Ailén había sido como mirar un fuego. Intenso, imposible de ignorar. Pero con Kiara era como sentarse frente a una chimenea: uno no necesitaba mirar todo el tiempo, solo estar ahí, sintiendo el calor constante.

Se incorporó lentamente, sin despertarla, y salió al exterior.

El aire era fresco, cargado con el aroma de la madera y la tierra húmeda. Respiró hondo. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió esa presión en el pecho. No habí
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