54. El Umbral de Nyx

El aire era denso, pesado, como si la oscuridad misma respirara. No había tiempo, ni espacio, solo un vacío infinito que se expandía en todas direcciones y, sin embargo, se sentía contenido, vigilado. Ese era el Umbral de Nyx: no un lugar común, sino un ser vivo, un guardián entre la vida y la muerte, una sombra eterna que observaba y juzgaba.

Desde lo más profundo de ese abismo, una presencia comenzó a despertar. Un pulso lento y pesado, como el latido de un corazón que nunca había existido pero que palpita con el poder de mil noches. El Umbral se movía, una oscura corriente que serpenteaba con voluntad propia, moldeando la nada con susurros que helaban la sangre.

En medio de esa negrura, una figura emergía, difusa, quebrada. Era Raven. No caminaba ni corría, no respiraba ni gritaba: estaba suspendido, atrapado entre el olvido y la esperanza, una llama temblorosa a punto de extinguirse. El Umbral lo envolvía, sus sombras se enroscaban alrededor de él, estudiando cada fragmento de su
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