55. Corazones a la Deriva
La noche se aferraba al bosque como un velo espeso, impasible, negándose a soltar el aliento. La cabaña en lo alto de la colina estaba rodeada por árboles que parecían custodiarla en un silencio solemne. Nada se movía. Ni siquiera las hojas se atrevían a susurrar.
Sentada en los escalones de madera, Ailén parecía parte del paisaje, como si la tristeza la hubiera convertido en estatua. Tenía las piernas recogidas contra el pecho, y sus brazos rodeaban sus rodillas con fuerza, como si así pudiera evitar que su alma se desbordara.
Sus ojos estaban perdidos en el horizonte, más allá del bosque, más allá de la niebla, más allá de la vida misma. No buscaba algo que pudiera ver. Solo trataba de sentirlo. Un eco, una chispa, cualquier señal que le dijera que Raven aún estaba ahí.
Llevaba horas en la misma posición. No importaba si el frío se colaba por la ropa o si el tiempo pasaba. Para ella, desde que él cayó, el mundo parecía detenido.
Desde la puerta entreabierta, Liora la observaba. Llev