Lyam
La noche había caído por completo y el fuego crepitaba en el claro del bosque, proyectando sombras danzantes sobre los troncos y las figuras reunidas alrededor. Las jóvenes, ya aseadas y vestidas con ropas limpias que los centinelas habían traído de sus pertrechos, comían con avidez, como si cada bocado fuera el primero después de semanas de hambre. Lyam se mantenía en silencio, observando con atención cada gesto, cada mirada tímida que se cruzaba entre ellas. El olor a carne recién asada llenaba el ambiente y, pese a la crudeza de lo vivido, un aire de alivio comenzaba a colarse entre los suspiros cansados de aquellas mujeres.
Cuando notó que la mayoría había terminado de comer, Lyam se puso en pie y caminó hacia ellas. Su porte era imponente, incluso en la penumbra: alto, de hombros firmes, con esa aura indomable que lo envolvía cada vez que su esencia lican se hacía presente. Sin embargo, sus ojos, iluminados por el resplandor del fuego, transmitían calma, como si quisiera hac