La tarde se había vuelto opaca, como si el sol también hubiese decidido retirarse en silencio.
Todos estaban sentados ahora, pero la calma era solo una ilusión. Anfisa permanecía junto a su tía en el sofá, sosteniéndole la mano con fuerza, como si fuera ella quien temía que Larissa se quebrara. Thomas estaba en pie, a pocos pasos, con las manos detrás de la espalda, el gesto imperturbable, aunque su sombra parecía más alargada que nunca bajo la luz de la lámpara encendida.
Henry, siempre en el centro del equilibrio, fue quien rompió el silencio con voz firme, aunque templada.
"Señora Larissa... si me permite." dijo con voz serena pero firme, esa voz que pocas veces usaba. "Es cierto que usted no estuvo aquí. No vio lo que pasó… pero si me permite decirlo, tampoco sabe lo que mi señor ha hecho por ella."
Larissa no lo miró directamente. Solo parpadeó con lentitud, como si cada palabra le costara permanecer sentada y no estallar otra vez.
"¿Y qué ha hecho? ¿Acostarse con ella?