Subtítulo:
“Cuando la sangre canta, el alma no puede mentir.”
Ariadna no regresó directamente a casa. Condujo durante más de una hora, sin rumbo fijo, buscando aire, espacio, respuestas. El movimiento del bebé dentro de ella había sido tan sutil y, al mismo tiempo, tan poderoso, que la descolocó por completo. Ya no era solo una mujer embarazada por accidente. No. Estaba envuelta en una historia más antigua que su memoria, cargando un linaje que no conocía y sintiendo una fuerza que no entendía.
Detuvo el auto en un mirador apartado. Frente a ella, la ciudad dormía bajo una manta de neblina. Se abrazó a sí misma, cerrando los ojos, respirando hondo. Todo era demasiado. Kael, Dorian, esa extraña comunidad oculta… y ahora su propio cuerpo reaccionando como si siempre hubiese estado destinado a algo más.
Entonces lo sintió.
Una presencia.
Abrió los ojos y ahí estaba. Kael. De pie, a unos metros, como si hubiera brotado de las sombras. No hizo ningún movimiento amenazante. Solo la observa