Subtítulo:
“Las sombras no siempre vienen de fuera… a veces crecen desde el corazón más cercano.”
La noche estaba espesa, como si el aire mismo quisiera advertirles que algo iba mal. Las nubes cubrían la luna, robándole al bosque su luz plateada y dejando que las sombras se estiraran como criaturas vivas. Kael patrullaba los límites del territorio, su lobo inquieto, con los sentidos abiertos a cualquier vibración. Desde el episodio del cuervo de ojos humanos, no había dejado nada al azar: cada árbol, cada corriente de aire, cada crujido bajo las hojas era analizado por su instinto de Alfa.
Ariadna, en la cabaña, se sentía atrapada en un extraño estado entre calma y presentimiento. Las llamas de la chimenea apenas bailaban, lanzando destellos anaranjados sobre las paredes de madera. Naira, su lobo, no dejaba de pasearse de un lado a otro dentro de su mente, gruñendo de vez en cuando como si presintiera un intruso invisible. El silencio era tan profundo que podía escuchar el latido de