Subtítulo:
“Cuando el alma habla, el cuerpo obedece.”
El suelo estaba frío, pero Ariadna no sentía frío. El agua seguía cayendo sobre su cuerpo como si el mundo exterior ya no importara. Su respiración era rápida, entrecortada, pero sus ojos brillaban. No con lágrimas. Con algo más poderoso. Con reconocimiento.
"Por fin despertaste."
La voz aún retumbaba dentro de su mente. Femenina, grave, profunda, como el eco de una tormenta que se había formado durante años. No era imaginación. Era real. Era ella.
—¿Quién eres? —susurró Ariadna, temblando.
"Soy Naira. Soy tú. Soy lo que siempre fuiste y lo que dejaron dormir."
El corazón de Ariadna latía tan fuerte que pensó que le estallaría en el pecho. La energía la recorría en oleadas. Su espalda ardía, la marca en su abdomen palpitaba como un corazón más.
De pronto, las imágenes volvieron. Esta vez más claras. Un bosque lleno de niebla. Aullidos. Ella —pero no del todo humana— corriendo sobre cuatro patas. A su lado, otros lobos. Libres. Fue