-Darius-
Annabel quería ver la casa donde vivía Samantha. Así que ahí la llevé. Él no sabía qué esperaba encontrar allí, pero el instinto —ese mismo que tantas veces Me había salvado la vida— me empujaba a confiar en que ella iba a encontrar algo que a mi se me hubiese pasado.
Annabel caminaba a mi lado, silenciosa, con el rostro medio cubierto por su cabello. Desde que habíamos salido del pueblo, no había pronunciado más de tres palabras.
—No queda nada —le dije deteniéndonos entre los restos—. Solo piedras y hollín.
—A veces las piedras guardan más de lo que creemos —respondió ella, observando el suelo con atención.
—Aquí no hay nada.
Annabel no contestó de inmediato. Se inclinó para apartar un trozo de madera ennegrecida, revelando un colgante metálico medio enterrado. Lo levantó con cuidado: un trozo de medallón con una runa grabada.
—Esto —murmuró.
Fruncí el ceño.
—¿Qué es?
—Un collar de protección. Supongo que de Samantha.
—Pero eso no nos sirve de nada. Con un collar no vamos