Adrianna, sin saberlo, estaba a punto de enfrentar una tormenta aún más peligrosa que todas las anteriores. Porque a veces el verdadero infierno no está en esas verdades que se pretenden ocultar. Están en enfrentar la más grandes de las verdades. Sus hijos, ahora su padre tenía un nombre. Claudio. Y era el padre de sus trillizos. Y eso era un verdadero a corto plazo.
Adrianna y Paolo después de esa noche volvieron a la mansión Lanús, sentía los nervios a flor de piel estaba digiriendo ese trago amargo que la vida le había reservado.
—¿Estás bien mi vida? —preguntó Paolo mientras caminaban al interior de la mansión.
—Me siento más liviana, es como si me hubiera quitado un peso de encima. Tener frente a mi al hombre que hasta hace meses era solo un rostro sin nombre, era una carga para mi. —respondió ella. De pronto lo miró y se detuvo en seco.
—Paolo... mis hijos... Temo por ellos.
—¿A qué le tenés? Claudio prometió no acercarse a ellos y el cumplirá. No sé siento con valor de pararse