Adrianna sintió el frío recorrer su espalda. Claudio estaba allí. No era un recuerdo, no era una pesadilla: era real, de carne y hueso, pidiendo perdón por su error. Por el daño irreparable.
Adrianna al verlo, se detuvo unos segundos. Fue un gesto mínimo, apenas perceptible para cualquiera, pero suficiente para que el tiempo pareciera detenerse. Sus ojos se humedecieron. Pues la mirada de Claudio era de alguien roto, hundido por la culpa. Levantó las manos en señal de rendición.
—No vengo a pedir que hagamos de cuenta que nada pasó, y que compartamos como un familia, papá. No voy a justificar me. Solo… solo necesito el perdón de ella. No se si tengo derecho a pedirlo, pero necesito decir esas palabras.
Perdóname. Perdóname por favor. —pidió Claudio, temblando de ansiedad.
Adrianna, con la voz rota, apenas alcanzó a murmurar:
—Te perdono. Te perdono. Por qué a través de tu padre se que eres un hombre con sentido de justicia. Y se lo que te hiciste. Pagaste por tu delito, a pesar de