Y fue Adrianna quien, en un acto de valentía, acortó la distancia y posó sus labios sobre los de él. El beso fue suave al principio, como una caricia apenas insinuada, pero pronto se volvió más profundo, cargado de todo lo que no podían decir con palabras.
Paolo la sostuvo con delicadeza, pero también con una pasión contenida que ahora encontraba salida. Adrianna sintió que el mundo desaparecía, que los fantasmas se disolvían, y que en ese instante solo existían ellos dos, latiendo y sintiendo que su amor estaba renaciendo.
Al separarse por la falta de oxígeno en sus pulmones, , ella se quedó unos segundos con los ojos cerrados, aún aferrada a la sensación de su boca.
—Me asusta lo que siento —confesó en un susurro.
—A mí también —respondió Paolo, rozando su frente con la de ella.
—Pero prefiero sentir miedo contigo, que vivir sin ti.
El corazón de Adrianna se estremeció de nuevo. Se dio cuenta de que ya no estaba huyendo, estaba eligiendo nuevamente. Y eligiendolo a él.
La noche se f