Lety se detuvo antes de alejarse.
—Quiero ver a esa mujer —dijo, con determinación.
El detective la miró con cierta cautela.
—No es agradable.
—No me importa. Necesito saber por qué hizo esto.
Paolo intervino.
—Iremos juntos. Pero primero quiero hablar con ella yo.
Lety frunció el ceño, pero aceptó. Paolo no era de los que pedían permiso para actuar, y en el fondo sabía que su presencia impondría más presión a la mujer.
En una pequeña sala de interrogatorio del hospital, Sofía estaba sentada, esposada, con la mirada fija en la mesa. La luz blanca acentuaba sus facciones delgadas. No parecía nerviosa; de hecho, había una sonrisa apenas perceptible en sus labios.
Paolo entró y cerró la puerta tras de el. Se sentó frente a ella, sin apartar los ojos.
—¿Por qué lo hiciste Sofía? —fue lo primero que preguntó.
La mujer alzó la vista lentamente, como disfrutando del momento.
—Por culpa de esa mustia tu dejaste de quererme. Es la mujer de tu hijo. ¿Acaso no lo entiendes? Esa mujer debe desap