Adrianna. Por primera vez había hablado de su pasado sin sentir vergüenza.
El viento revoloteaba en sus cabellos, también ardadtrava las lágrimas que corrían por sus mejillas.
Paolo acuno su rostro entre sus manos y se miraron en silencio, como si cada uno necesitara grabar en la memoria la expresión del otro en ese instante. Adrianna tenía los ojos aún húmedos, pero su rostro transmitía una serenidad nueva, casi desconocida para ella mismo. Paolo, en cambio, parecía mirar cada faceta de esa mujer que tenía enfrente con una ternura, como si al conocer su dolor la amara con más convicción.
—Gracias por quedarte. —murmuró Adrianna, su voz cargada de sinceridad. Y concluyó.
—Nunca nadie… después de saber todo eso, nunca nadie se quedó.
—No fue difícil quedarme, Adrianna —respondió Paolo, acariciando suavemente su mejilla.
—Difícil sería vivir lejos de ti, sabiendo que dejé escapar algo tan verdadero.
Ella sonrió, esa sonrisa suya que siempre parecía frágil y valiente al mismo tiempo.
—¿