El silencio era sepulcral, el frío del aire era como aguja clavándose en la piel de Sofía, los nervios la carcome y el miedo que sentía por la confirmación de esos exámenes era una tortura para ella.
—Sofia... —empezó el doctor, con tono grave pero sereno.
—He revisado tus últimos exámenes y lamento mucho decirte que el resultado es el mismo al primero. El daño en tus nervios ópticos es muy significativo.
Ella levantó la cabeza, aunque sus ojos no lograban enfocar bien el rostro del médico. La luz blanca del consultorio era apenas una mancha confusa.
—¿Eso qué significa? —preguntó, con voz casi infantil, quebradiza, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
—Significa que tu pérdida de visión es irreversible. El diagnóstico es ceguera permanente.
—Eso es imposible doctor. —se lamentó. Paolo intentó coger su mano pero ella no lo permitió.
Las palabras cayeron como piedras dentro de su pecho. Paolo apretó con más fuerza sus mano, conteniendo la impotencia que sentía en ese momento, y