El Gran Salón de la manada nunca había parecido tan sombrío. Las antorchas proyectaban sombras danzantes sobre los rostros tensos de los líderes reunidos alrededor de la mesa circular de roble antiguo. El aire olía a incienso de sándalo y a miedo, una combinación que hacía que Lía sintiera náuseas mientras tomaba asiento junto a Kael.
Los Ancianos ocupaban sus lugares ceremoniales, sus túnicas grises contrastando con la madera oscura. El más viejo de ellos, Orión, con su barba blanca que le llegaba hasta la cintura y ojos que habían visto demasiados inviernos, se levantó con dificultad apoyándose en su bastón tallado con símbolos lunares.
—Esta será nuestra última reunión antes de enfrentar lo que viene —anunció con voz cascada pero firme—. Élan ha reunido más seguidores de los que imaginábamos. Sus intenciones van más allá de la simple ambición de poder.
Kael se inclinó hacia adelante, sus nudillos blancos por la presión con que apretaba sus manos.
—¿Qué es lo que realmente busca? He