30

La niebla se arrastraba entre los árboles como dedos fantasmales, espesándose alrededor de los límites de la manada. Lía observaba desde la ventana de su habitación cómo las luces del perímetro parpadeaban, debilitándose por momentos antes de volver a brillar con intensidad. No era normal. Nada lo era desde hacía días.

—¿También lo sientes? —preguntó en voz baja, sabiendo que no estaba sola.

Detrás de ella, Kael permanecía en el umbral de la puerta, su imponente figura recortada contra la penumbra del pasillo. No necesitaba girarse para saber que estaba allí; su presencia alteraba el aire a su alrededor, como si la gravedad cambiara cuando él entraba en una habitación.

—Las barreras están fallando —confirmó él, acercándose lentamente—. Esta mañana, tres de nuestros centinelas cayeron en trance. Miraban al vacío, murmurando palabras en una lengua que nadie reconoció.

Lía se estremeció. Había notado cambios en los trillizos también: Aiden dibujaba símbolos que no debería conocer, Ellie
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