La paranoia se había instalado en la manada como una enfermedad silenciosa. Los rostros familiares ahora portaban máscaras de sospecha, y las conversaciones se apagaban cuando alguien se acercaba. Kael lo notaba en cada rincón: guardias que duplicaban turnos, miradas que seguían a extraños, susurros que se extendían como veneno.
—Necesitamos revisar los registros de entrada y salida de los últimos tres meses —ordenó Kael a su beta mientras recorrían el perímetro norte—. Quiero saber quién ha estado en contacto con otras manadas.
Marcus asintió, su rostro endurecido por la preocupación.
—Ya he puesto a Elian y Dora a investigar a los guardias de la frontera este. Dos de ellos tienen familia en territorios cercanos a los Colmillos Rojos.
—¿Sospechas de ellos?
—No lo sé, pero prefiero no confiar en nadie ahora.
Kael se detuvo, observando el bosque que rodeaba su territorio. La sensación de amenaza invisible lo estaba consumiendo. Cada sombra parecía esconder un enemigo, cada palabra podí