El Gran Salón de la manada Norte resplandecía bajo la luz de cientos de antorchas. Las paredes de madera y piedra, normalmente austeras, habían sido decoradas con los estandartes de cada clan participante en el Concilio Lunar. El aroma a incienso de pino y sándalo se mezclaba con el olor distintivo de cada manada, creando una atmósfera densa, casi sofocante.
Lía observaba desde un rincón, con un vestido azul medianoche que resaltaba la palidez de su piel. Cinco años atrás, habría estado junto a Kael, como su compañera destinada. Ahora, era una extraña que todos observaban con una mezcla de curiosidad y recelo.
—La loba que regresó de entre los muertos —murmuró una voz a su espalda.
Lía se giró para encontrarse con Mara, la Alfa de la manada Este, una mujer de cabello rojizo y ojos ambarinos que siempre había sido conocida por su lengua afilada.
—Nunca estuve muerta, Mara —respondió Lía con calma—. Solo lejos.
—Y regresaste con tres pequeños milagros —Mara sonrió, pero sus ojos permane