El bosque parecía contener la respiración. Lía lo notaba en cada fibra de su ser mientras observaba a los miembros de la manada moverse con inquietud por el territorio. Faltaban tres días para la luna llena, pero algo estaba mal. No era la habitual anticipación que precedía a la transformación, sino una tensión diferente, como si el aire mismo estuviera cargado de presagios.
Desde el porche de la cabaña, contemplaba cómo algunos lobos patrullaban con nerviosismo, deteniéndose para olfatear el aire más veces de lo normal. Incluso los niños de la manada jugaban cerca de sus padres, sin atreverse a alejarse como solían hacer.
—También lo sientes, ¿verdad? —preguntó Nora, acercándose con una taza de té humeante que le ofreció a Lía.
—Es como si algo se estuviera rompiendo —respondió, aceptando la bebida—. Como si el equilibrio natural se hubiera alterado.
Nora asintió, sentándose a su lado.
—Los ancianos están inquietos. Dicen que la luna se acerca con un mensaje, pero nadie puede interpr