El rey tomó un vaso con agua y cortó un trozo de carne para llevarle de comer a su luna. Ella seguramente estaba hambrienta.
Alejandra apenas abría los hermosos ojos morados que tenía. Ella vió llegar a su Alfa con comida en mano y salivó.
— Muero de hambre, y de sed...
— Aquí tienes, come un poco, así aprovechamos para hablar de tu regreso al castillo de Romano, junto a Angya, y Aria.
La luna dejó escapar el aire antes de hablar.
— ¿Ya me usaste y ahora te quieres deshacer de mí? Me siento sucia. — Dijo la luna con sarcasmo. Una broma no iba a matar a nadie.
— Muy graciosa, además, ¿Quién uso a quién? Mírate, hasta tienes las mejillas con color, y así no estabas cuando terminaste de sanar a esos Alfas.
— Engreído.
El Alfa enarcó una de sus perfectas cejas.
— Tienen que marcharse de aquí, esos vampiros no están jugando, a Romano le abrieron todo el estómago, tu misma lo viste, sus heridas nos impiden sanar.
— ¿Y si te hieren? ¿Quién va a sanarte? No voy a