Miguel se levantó con brusquedad, sin decir nada más. Tomó la chaqueta que estaba colgada en el respaldo de la silla y se la colocó de un movimiento rápido. Su rostro estaba rígido, sin ninguna expresión clara, pero sus ojos tenían ese brillo contenido que precedía a una decisión que no iba a cambiar por más que le insistieran.
Martín se puso de pie de inmediato, apenas alcanzando a seguirle el paso cuando Miguel salió del restaurante.
Larissa quedó atrás, paralizada por unos segundos, con las manos temblorosas y la mirada vacía sabiendo que el plan había cambiado por completo, todo gracias al ex de Clara que no sabía cuándo cerrar el pico. Martín, sin voltear a verla, alcanzó a Miguel antes de que llegara al estacionamiento.
—¿Vas al hospital? —preguntó, intentando sonar calmado, pero con un tono en el que se notaba la tensión.
—Sí —respondió Miguel, seco—. No voy a dejar que el niño sufra por culpa de los errores de los adultos.
—¿Te sientes mal por lo que escuchaste? —se atrevió a