La noche en la casa de Sofía tenía un ritmo tranquilo. La mesa aún tenía restos de la cena, platos tibios, cubiertos sin recoger. Lilly dormía en su corral, con una mano cerrada alrededor de la oreja del osito pequeño que Sebastián le había comprado.
Sofía observaba a la niña un segundo antes de volver la mirada hacia Sebastián, quien hacía un boceto sobre una hoja doblada con ideas para el nuevo espacio de la floristería. Habían estado hablando de colores, flores por temporada, el área para talleres y cómo querían que la gente se sintiera al entrar. Trabajaban en la idea sin tensión, casi en sincronía. Era la primera noche en mucho tiempo en la que nada dolía.
Pero el timbre cortó el ambiente rompiendo esa burbuja de paz.
Sofía frunció el ceño mientras observaba a la puerta y Sebastián levantó la cabeza, encontrándose con la mirada extrañada de Sofía.
—No esperamos a nadie —dijo él, voz baja.
Ella se limpió las manos con la servilleta, caminó hacia la puerta y abrió. El aire frío ent