Martín suspiró con cansancio. Cuando decidió hacerlo, ya sabía que tarde o temprano Miguel lo descubriría. No había manera de esconder para siempre los rastros que iba dejando; siempre aparecía un indicio, una huella mínima que tarde o temprano terminaba por delatarlo. Se preparó para darle una explicación, como tantas veces, apelando a Clara como escudo, pero Miguel no le dio tiempo.
—No me interesa escuchar excusas —soltó, con un filo en la voz que pocas veces mostraba—. Ya averigüé algo más. No solo bloqueaste mis búsquedas… también descubrí que viajas seguido a esa isla.
Martín apretó la mandíbula, tensando los músculos del rostro sin ser demasiado obvio.
Miguel golpeó el vaso contra la mesa con tal fuerza que el líquido se derramó un poco. A pesar del reguero sobre la madera, él pareció imperturbable. Se inclinó hacia delante, sus ojos ardiendo de sospechas.
—Sabía que tenías negocios allí —continuó, con una dureza que helaba—, pero dime, ¿por qué cargas contigo pertenencias de S