En el corazón de Martín algo se agitó, era como si una aguja fina lo pinchara. No quiso detenerse demasiado en ese sentimiento extraño que lo inundaba, así que lo apartó con un pensamiento que le resultó demasiado práctico: aquello no era más que compasión.
Se repitió que era lógico, que cualquiera sentiría algo similar al ver a Sofía en esas condiciones. Había sido abandonada por Miguel, y una mujer que en otro tiempo estuvo rodeada de lujos ahora sobrevivía en una casa sencilla, atendiendo una floristería que ella misma levantaba con esfuerzo. Y lo peor, acompañada por un hombre al que, según él, no amaba.
Se convenció de que lo correcto era ayudarla. No por ella, no por lo que pudiera despertar en su interior, sino por Clara. Sofía no debía convertirse en un obstáculo, y quizá darle un poco de estabilidad sería suficiente para mantenerla lejos de cualquier tentación de volver a la vida que había dejado atrás. Con esa idea firme en su cabeza, Martín se aferró a lo que mejor sabía ha