En el interior del quirófano, Sofía abrió los ojos de repente debido a la luz que le daba en la cara. Su mirada era reflejo del miedo que la embargaba, más allá del dolor que la atravesaba.
—Por favor… —rogó con un hilo de voz, que apenas podía escucharse—. Salven a mi bebé.
Eso era lo único que le preocupaba a ella, no su bienestar, no la traición de la familia, que siempre supo que no la quería, solo su bebé. Su polo a tierra, la única razón por la que se mantuvo de pie durante todos esos meses. Una enfermera se inclinó hacia ella, acariciándole suavemente la frente.
—Tranquila, vamos a cuidarlos a los dos —susurró con dulzura tratando de hacer que los malos pensamientos inundaran la cabeza de Sofía.
Ella asintió, intentando aferrarse a esas palabras; sin embargo, pron