Sofía apretó los ojos con fuerza cuando escuchó la voz al otro lado de la línea. La reconoció de inmediato.
—Mamá… —Su voz se quebró—. Por favor, dime que no estás de acuerdo con esto —pidió con la esperanza de que todo fuera un malentendido, que Larissa la ayudaría, que la salvaría a ella y a su bebé.
Pero la respuesta que llegó a continuación fue peor que cualquier golpe, que cualquier herida. Del otro lado, el tono con el que Larissa habló, fue tajante, sin un solo matiz de duda.
—Escúchame bien, Sofía. Esto es por tu bien, por el bien de tu hermana. Si Miguel se entera de la existencia de ese hijo, no tengas la menor duda de que irá a buscarte. Y tú sabes lo que eso significaría: arruinarías su vida, arruinarías la de todos.
—¡No! —la interrumpió con desesperación, sintiendo que la garganta le ardía luego de gritar por su vida—. No es así. No tienes derecho a decidir por mí, ni por mi hijo. ¡Es mi bebé, mamá! Estamos demasiado lejos como para interferir en su vida, yo solo deseo v