La mañana inundaba el apartamento con una luz cálida que parecía querer limpiar las tensiones acumuladas. Sofía recibió la visita de Vivian y Natalia con los brazos abiertos y un alivio genuino. Eran un soplo de aire fresco, una conexión con una parte de su vida que no estaba contaminada por las mentiras de Miguel.
Vivian, con su serenidad de siempre, se sentó con una taza de té mientras Natalia, una niña de ocho años con una energía contagiosa, se dirigía directamente a Lilly, sentada en su corral, con la autoridad de una hermana mayor.
—¿Y cómo va todo por la otra sucursal? —preguntó Sofía, deseando hablar de algo normal, de negocios, de progreso.
—Va bien, mejor de lo esperado —respondió Vivian con una sonrisa—. Tanto, que me pregunto cuándo piensas inaugurar la sede aquí, en la ciudad. Este lugar para la tienda está perfecto, pero necesita tu toque.
Sofía sintió una oleada de emoción. Su negocio, su sueño, estaba floreciendo; el fruto de su trabajo estaba comenzando a verse más al