Al día siguiente, con el estado de Miguel más controlado, el alta llegó a él como si fuera un trámite más, como si estuviera prisionero y solo le cambiaran la celda. Le entregaron unas hojas, unas recomendaciones y una silla de ruedas que se convirtió en el símbolo físico de su prisión. La parálisis, según los doctores, seguía sin una causa fisiológica clara, un misterio que solo Dimitri y Sebastián comprendían en su totalidad.
Sofía cumplió con lo prometido. Junto a Sebastián, lo acompañó en silencio hasta la que había sido su casa, ese lugar que representaba no solo la historia de Miguel y Clara, sino también la de Sofía, lo que ella alguna vez fue. Pero al llegar, la primera grieta en su ya quebrantado mundo se hizo evidente.
Miguel insertó la llave con completa naturalidad. El metal chocó contra la cerradura, pero no giró. Intentó de nuevo, con una fuerza nacida de la desesperación, sintiendo que algo estaba mal, muy mal.
—No funciona —murmuró con una gota de sudor frío recorriendo