El silencio en la habitación pesaba demasiado, tanto que era como estar bajo el agua. Sofía se dedicó a cuidar un rato de Miguel; una parte de ella sentía compasión, la otra, ira. Ella ajustaba con cuidado sus sábanas, su almohada, mientras Sebastián cuidaba de Lilly en las afueras de la habitación.
Entre más tiempo pasaba, Miguel comenzaba a sentirse más y más atrapado en sí mismo y en su mentira.
—¿Y Clara? —preguntó Sofía por enésima vez, mientras le servía un vaso de agua—. ¿Alguna noticia? ¿Algún mensaje?
Miguel, pálido y con los ojos clavados en el techo, negó con la cabeza. El pánico inicial por su parálisis se había convertido en una ansiedad silenciosa y de la que no podía escapar por nada del mundo.
—Nada. Es como si se la hubiera tragado la tierra. Frederic ha presentado la denuncia, pero… —Su voz se quebró, y esta vez no era actuación. La desaparición de Clara, real o fingida, lo dejaba expuesto y vulnerable de una manera que no había calculado. El tiro le estaba saliendo