Gracia regresó a casa en silencio. Antonia estaba poniendo la mesa y, al verla entrar, le dedicó una sonrisa cálida.
—Señora, qué bueno que ha vuelto. Preparé la cena, ¿le sirvo un plato?
—No tengo mucho apetito, gracias, Antonia. ¿Y el señor? ¿Ya cenó?
Antonia bajó la mirada, incómoda.
—No ha regresado aún, señora.
—Entiendo… Iré a descansar entonces. Gracias por todo, Antonia.
Subió a su habitación y se dejó caer en la cama, abrumada por sus pensamientos. La soledad le calaba los huesos, y sentía el pecho tan oprimido que apenas podía respirar, se sentía vacía, como si estuviera rota.
Pasado un rato, se puso una pijama de seda y acomodó su lado de la cama. Con un suspiro, también preparó el espacio de Maximilien, como si aún esperara que apareciera. Pero la noche avanzaba y él no aparecía.
Las horas pasaban sin tregua, y su mente se llenaba de pensamientos cada vez más tormentosos. La imagen de Maximilien abrazando a Celeste esa noche la perseguía como una maldición. Se levantó de g