Maximilien respiró hondo antes de salir de la mansión. Aún era demasiado temprano como para quedarse dando vueltas en la cama. Había luchado demasiado por mantener la compostura mientras estuvo con Gracia.
—Amigo, pensé que estarías celebrando tu noche de bodas —dijo Caleb, su mejor amigo, esperándolo en el bar que solían frecuentar.
—Voy a celebrarla ahora —respondió Maximilien, sentándose a su lado en la barra y pidiendo una copa.
Caleb lo miró, desconcertado.
—No lo entiendo, Maximilien. Has esperado este momento durante años, desde que eras apenas un jovencito recién graduado, y ahora que por fin estás casado con ella… estás aquí, bebiendo solo en este bar de mala muerte.
Maximilien desvió la mirada. No quería admitirlo, pero Gracia seguía siendo la mujer de sus sueños. Verla con aquella diminuta pijama había despertado en él un deseo profundo, uno que apenas pudo contener, sin embargo, la respetaba contra cualquier acuerdo de matrimonio.
—Me conoces, Caleb. Sabes que jamás la for