Gracia tragó con dificultad. Salieron de la iglesia entre los aplausos breves de los asistentes. La ceremonia había sido una farsa, una representación vacía. Maximilien no la miró ni una sola vez; su indiferencia, sumada a su presencia imponente, le provocó escalofríos.
Apretó los ojos con fuerza, presentía que los días por venir serían una pesadilla. No era difícil imaginar que él había insistido en casarse solo por venganza, decidido a hacerla pagar por haber huido tiempo atrás y por haberlo dejado en ridículo frente a todos.
En esta boda, tampoco hubo recepción ni celebración. Los invitados se dispersaron con rapidez, al igual que sus padres. Gracia, en silencio, acompañó a su ahora esposo rumbo a la mansión que se convertiría en su nuevo hogar.
Lo que encontró al llegar la dejó sin aliento. La mansión parecía sacada de un cuento de hadas, imponente, majestuosa, con un aire de elegancia sobria. Bajó del auto tras Maximilien y lo siguió hasta la sala principal, donde el personal de