Mientras tanto, Fernando volaba de regreso a casa, luego de unos días marcados por la aparente ternura y fragilidad de Mariana. Durante ese tiempo, ella no dejó de mostrarse vulnerable, necesitada de apoyo constante, suplicando atención. Le pidió que la cuidara, que estuviera con ella… incluso logró que él le prometiera convencer a Gracia de permitirle vivir con ellos, para así cuidar del bebé.
Pero a pesar de la intensa cercanía con Mariana, la ausencia de Gracia comenzó a pesarle. Ni una llamada, ni un mensaje. El silencio de su esposa era inquietante. Gracia había estado con él cuando no tenía nada, cuando el mundo le daba la espalda. Era su refugio, su apoyo incondicional, su pilar emocional. No podía perderla. Necesitaba volver, disculparse, y arreglar las cosas.
Convencido de que aún lo amaba —de que todo podía solucionarse—, adelantó su regreso. Mariana se enfadó por su decisión, pero no protestó mucho. Después de todo, tenía un as bajo la manga. Uno que, más temprano que tarde