Pasaron unas tres horas, y Gracia seguía de pie frente a la entrada de la compañía, soportando el sol inclemente. Resignada, pensó que tal vez era mejor irse. Ya hablaría con él en la casa.
Justo en ese momento, la puerta principal se abrió para darle paso al auto de Maximilien, que salía para almorzar. Al verlo, Gracia se plantó frente al vehículo, obligando al conductor a frenar de golpe.
Maximilien se bajó de inmediato, confundido. Al reconocerla, su expresión cambió de una vez a preocupación.
—Gracia, ¿estás bien? ¿Qué haces aquí? —preguntó, notando sus mejillas enrojecidas y la frente perlada de sudor.
—Estaba esperándote, Maximilien. Llevo un par de horas afuera. Tu recepcionista me dijo que no podía entrar sin una cita previa.
—¿Qué? ¿Me estás diciendo que no te dejaron entrar a mi empresa? —preguntó, conteniendo la rabia mientras lanzaba una mirada fulminante al vigilante.
—Señor, yo la dejé pasar, pero fue la señorita Rojas quien la sacó nuevamente —se apresuró a decir el gua