EL PARTO.
Mariana se miraba en el espejo con la misma frialdad con la que se traza un crimen. Se acomodó el gorro quirúrgico, ajustó su mascarilla y ocultó bajo la bata quirúrgica el uniforme robado que le había permitido infiltrarse como parte del personal auxiliar del hospital. Su mirada, encendida por el odio, no titubeaba. Había llegado demasiado lejos para volver atrás.
Se había preparado durante meses. Había seguido los pasos de Gracia incluso en el exilio, usando una identidad falsa, viajando de ciudad en ciudad hasta tener certeza de cada detalle: el nombre del ginecólogo, el hospital, el número de habitación. Lo sabía todo. Y ahora, con Maximilien recuperado y Gracia a punto de dar a luz, había llegado el momento de ejecutar su plan final.
En la sala de preparto, Gracia temblaba de dolor. Las contracciones se hacían cada vez más intensas, pero su cuerpo no respondía como debía. Estaba pálida, empapada en sudor, y respiraba con dificultad.
—¿Dónde está mi esposo? —gimió, apenas audible—